Paseo por Córdoba
Romanos, árabes, cristianos y judíos dejaron sus huellas en una de las más bellas ciudades del mundo
Antonio Gala, escritor cordobés ilustre, escribió hace años el guión de la serie de televisión Si las piedras hablaran, en la que se escuchaba la voz de personajes célebres en lugares históricos que habitaron. Cuando hoy día uno pasea por Córdoba por el recientemente restaurado Puente Romano sobre el Guadalquivir cree que en cualquier momento va a encontrarse con Averroes o Maimónides, que bajo uno de los arcos de herradura rojos y blancos de la Mezquita ora Abderramán III, aquél que la llevó al califato y convirtió en la ciudad más culta y desarrollada de Occidente, o que en la iglesia de Santa Marina vamos a cruzarnos con el maestro Manuel Rodríguez Manolete, que lideró la tauromaquia en los años 40 del pasado siglo. En sus más de treinta siglos de historia como asentamiento humano, Corduba, Qurtuba, Córdoba, ha visto nacer en sus calles a cientos de hombres célebres, escritores como Luis de Góngora o el Duque de Rivas, artistas como Mateo Inurria y Julio Romero de Torres, pensadores como Séneca y su sobrino Lucano, políticos como la dinastía Omeya o Gonzalo Fernández de Córdona-Gran Capitán, y toreros de la talla de Rafael Molina `Lagartijo´, Rafael Guerra Guerrita y Rafael González `Machaquito`. Sí, las piedras de Córdoba hablan. Y viven. Porque a su riqueza histórica y monumental une el carácter cabal y vital del cordobés, crisol de tres culturas.
La Semana Santa (28 de marzo - 4 abril) es una buena ocasión para descubrir la ciudad, al ser una de las más bellas de España por la rica imaginería, el recogimiento y seriedad de las procesiones de sus 35 cofradías. Sin embargo, el mejor mes para visitar Córdoba es mayo. El clima es cálido, las calles huelen a azahar y los días de fiesta se suceden casi ininterrumpidamente (ver Fiestas). Sus monumentos, barrios y calles exigen del visitante una estancia mínima de un fin de semana para acercarse a parte de su belleza que fue considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984. Esta sólo pretende ser una pincelada sobre un óleo creado por geniales creadores a lo largo de su gran historia.
Inicio el paseo en el corazón de la ciudad, la céntrica y cuadrada Plaza de las Tendillas. Allí se encuentra la estatua ecuestre de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, realizada en 1920 por Mateo Inurria y el castizo reloj. Inaugurado en 1961 y situado en un edificio que hace esquina con la comercial calle Gondoma, el reloj da las horas no con campanadas sino con los acordes de la guitarra del maestro Juan Serrano a ritmo de soleares. La plaza debe su nombre a las múltiples pequeñas tiendas que hubo en otros tiempos y en ella celebran los cordobeses los sucesos más importantes como éxitos deportivos o recibir cada noche del 31 de diciembre al año nuevo. En sus inmediaciones estuvo situado el antiguo foro romano de la ciudad y hoy continúa siendo lugar de conversaciones, paseos y encuentros en sus numerosas cafeterías y comercios. El edificio de la Plaza más antiguo actualmente es el del Instituto de Enseñanza Media Luis de Góngora creado en 1847. Busco tranquilamente la Judería por la Calle de Jesús y María, peatonal, comercial y muy concurrida por los lugareños, amén de por los turistas, Córdoba es una de las ciudades españoles que mayor número de visitantes recibe cada año, seguramente sólo hay más japoneses en Tokio. Continuo por Angel de Saavedra calle abajo y vamos dejando atrás la Iglesia de XXXX, el Museo Taurino y la Escuela de Arte Dramático. Desde allí se abre una pequeña plaza con naranjos y puede divisarse ya la torre de la Mezquita Catedral. Entramos en pleno barrio de la Judería: calles estrecha y empedradas, casas encaladas en blanco, con balcones y ventanas enrejados y refrescantes patios interiores llenos de macetas y flores. Viajamos al pasado. Callejeando llegamos a la Sinagoga. El pequeño recinto de oración judío fue construído entre los años 1313 y 1314 y sirvió de templo hasta su expulsión definitiva en 1492. Es la mejor conservada de España. Se accede a ella por un pequeño patio que da al vestíbulo y la estancia principal, cuadrangular, de dos pisos decorados con motivos mudéjares. El muro que soporta la parte superior, donde se situaban las mujeres, se abre con tres bellos arcos. Dejo el templo judío para seguir callejeando hasta la cercana Mezquita entre tiendas de souvenirs y tabernas con sabor a salmorejo y fino (Patio de la Judería, Pepe de la Judería, Casa Salinas, El Burlaero...(ver Ir de tapas). Los altos muros amarillentos erosionados por el paso del tiempo guardan entrelazados arcos de herradura policromados que envuelven al monumento más importante del Occidente islámico. El lugar que ocupa la Mezquita ha vivido diferentes cultos a lo largo de los siglos. Aún hoy quedan restos de la antigua basílica de San Vicente construida por los visigodos que tras ser compartida algún tiempo por cristianos y musulmanes dio paso a la Mezquita, cuyas obras inició Abderramán I en el siglo VIII. Posteriormente, tras la conquista cristiana de Córdoba en 1236 fue convertida en catedral realizándose diferentes reformas hasta adquirir su aspecto actual. Consta de dos partes, el amplio patio o sahn porticado con arcos donde se levanta el alminar bajo la torre renacentista y la sala de oración o haram. Esta última parte, la más espectacular, está compuesta por cinco grandes salas con columnas y arcos bicolores en tonos blancos y rojos que le dan una perspectiva cromática única.
A la salida me cruzo con una gitana que me ofrece una rama de romero y revelarme el porvenir, pero yo ya sé cuál es: visitar el cercano Alcázar de los Reyes Cristianos junto a la ribera del Guadalquivir. El lugar formaba parte del antiguo Palacio Califal y cuando la ciudad fue conquistada por los cristianos, Alfonso X comenzó su restauración convirtiéndolo en una magnífica fortaleza de planta rectangular con extensos muros y cuatro torres. En el interior bellos patios como el Mudéjar están poblados de árboles y flores, extensos jardines, canales y albercas que sirven de nexo a las diferentes estancias como la del Salón de los Mosaicos o una con baños de inspiración árabe. En 1570 Felipe II mandó construir en una parte del solar las Caballerizas Reales, donde se crearon y criaron los caballos de pura raza española, o andaluza, de ascendencia árabe, que tanta fama alcanzaron. Con el paso del tiempo la bella fortaleza del Alcázar llegó a tener usos tan oscuros como ser sede de la Inquisición e incluso cárcel. Dejo atrás la fortaleza y paseo por el río Guadalquivir hasta alcanzar el Puente Romano, otra de las estampas más hermosas de la ciudad. Construído en el siglo I a. de C. ha sufrido numerosas remodelaciones aunque conservando su aspecto original con 16 arcos. Una estatua de San Rafael, el patrón de la ciudad, se alza a mitad de su paso camino de la Torre de la Calahorra. Esta torre vigía tuvo una gran importancia defensiva en la ciudad al ser uno de los principales puntos de entrada. Se trata de una construcción militar del siglo XIII de planta poligonal y dos torres, que actualmente acoge el Museo Roger Garaudy dedicado a la convivencia de las culturas cristiana, musulmana y judía. Desde aquí la vista de la Mezquita y la ciudad es espléndida. Junto a la Torre se encuentra el único molino sobre el río que ha sobrevivido el paso de los años. Retomo mis pasos para caminar por los modernos jardines zen de la ribera y cruzo por el moderno puente del Miraflores en busca de las próximas Bodegas Campos para reponer fuerzas. Sólo ha sido una pincelada.Lo mejor que uno puede hacer en Córdoba en perderse por sus calles y dejarse llevar por los barrios de Santa Marina, San Lorenzo, San Andrés, San Miguel, San Agustín... y dejar que las piedras hablen.